París, Francia.- El presidente ruso Vladimir Putin tendrá que poner a prueba su talento de estratega para superar el cruel dilema que enfrenta su país en la crisis de Corea del Norte: condenar los ensayos nucleares realizados por el régimen de Pyongyang y —al mismo tiempo— evitar que el duelo entre los presidentes Kim Jong-un y Donald Trump justifique un aumento de la presencia militar de Estados Unidos en Asia.
La prueba de fuego se presentará durante la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU prevista en Nueva York, cuando el embajador ruso anuncie si vota a favor o en contra de la resolución presentada por Estados Unidos.
El primer borrador del documento propuesto por la embajadora norteamericana Nikki Hakey, que seguía siendo motivo de negociaciones entre los cinco representantes permanentes del Consejo, prevé la adopción de sanciones de extremo vigor contra Pyongyang, incluyendo la suspensión de las exportaciones de petróleo chino y eventualmente ruso con destino a Corea del Norte.
Anoche, a pocas horas de la votación, la diplomacia rusa parecía hostil a votar la resolución.
Para romper el dilema que enfrenta el Kremlin desde hace varias semanas, Putin multiplicó los viajes y consultas de alto nivel. Después de asistir a la cumbre del BRICS en Xiamen (China), el líder del Kremlin viajó el martes pasado a Vladivostok, cerca de la frontera, a menos de 300 km de Punggye-ri, el principal sitio de ensayos nucleares norcoreano.
En los últimos días también recibió al presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, y al primer ministro, Shinzo Abe, aliados de Estados Unidos y principales concernidos por un eventual conflicto en la Península Coreana.
Putin, que sabe leer las lecciones de la historia, recordó en el Foro Económico de Vladivostok la experiencia de Irak: “Las sanciones fueron inútiles e ineficaces”, explicó. La diferencia es que, en el caso de Corea del Norte, “están dispuestos a comer pasto si ese es el precio para sentirse en seguridad”.
Alarmado por el giro que toman los acontecimientos, Putin envió a Seúl al secretario del Consejo de Seguridad ruso, Nikolai Patrouchev (ex jefe de los servicios de inteligencia FSB). La decisión del presidente Moon Jae-in de instalar cuatro nuevas baterías de misiles anti-misiles Thaad (Terminal High Altitude Area Defense), para reforzar las dos existentes, marca un cambio radical de la posición de Corea del Sur. A fin de calmar la ira china, Seúl había congelado la implantación de ese escudo norteamericano. Pero esta nueva iniciativa volvió a provocar un aumento de la tensión con Pekín e incluso con Moscú, que atribuyen las peores intenciones a Donald Trump.
En la cumbre del BRICS, el vicecanciller ruso Serguei Riabkov había evocado la posibilidad de una “reacción” del Kremlin a fin de reevaluar “nuestros equilibrios militares” para “contrabalancear” la escalada que representan las nuevas baterías Thaad.
A fines de agosto, Putin ordenó votar la resolución de la ONU condenando el nuevo disparo de misil norcoreano. Esa iniciativa fue explicada por la diplomacia rusa como un “gesto de buena voluntad” destinado a facilitar el diálogo con Estados Unidos a fin de apaciguar las tensiones. El Kremlin, sin embargo, considera que ese mensaje no fue escuchado o, en todo caso, no suscitó el interés de la Casa Blanca.
Esa situación abre un panorama extremadamente difícil para Putin que, si bien no respalda los desatinos de Kim Jong-un, tampoco quiere irritar a su aliado chino. Para Moscú, además, ser demasiado complaciente con la diplomacia norteamericana implica el riesgo de permitir un aumento de la presencia militar en Asia. Por último, aunque no es un factor secundario, el Kremlin estaría dispuesto a hacer ciertas concesiones a cambio de un levantamiento de las sanciones occidentales contra Rusia.
Putin explicó con claridad a principios de semana la contradicción que representa “mantener las sanciones contra nosotros” y al mismo tiempo “pedir que votemos medidas de castigo contra Corea del Norte”.
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