IRAPUATO, Gto. (OEM-Informex). Durante cuatro años, Juan Pablo estuvo desaparecido. Su padre, quien era el único miembro vivo de su familia, no supo nada de él, a pesar de que lo buscó en todos los hospitales, cárceles y panteones de Guanajuato. Hasta ahora Juan Pablo no sabe cómo se llamaba ese lugar con frondosos árboles en donde estuvo durante dos años cautivo, pues cuando llegó ahí traía los ojos vendados y cuando salió de ese sitio se lo llevaron recostado boca abajo y con el pie de un militar en el cuello; sólo sabe que Juan Pablo se cuenta así mismo como una víctima más de la desaparición forzada que se vive en el país, pero muy en el fondo sabe que tal vez pudo evitar todo ese calvario que vivió.
Juan Pablo tiene 34 años y 29 de ellos los vivió en Uriangato y fue a esa edad cuando su vida dio un drástico cambio en todos los sentidos; él confiesa que todo fue por un error que cometió.
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Un día de julio de 2017, Juan Pablo salió de trabajar. Dice que había sido un día pesado, pues en el lugar en donde laboraba le tocaba planchar camisas de algodón que luego vendía su patrón por mayoreo en Moroleón.
“Salí temprano, porque terminamos todo y nos dejaron ir a nuestras casas. Yo no quería llegar a mi casa y me fui a dar la vuelta, a hacer tiempo. Me fui entonces al punto donde a veces llegaba y compraba la droga. Mi plan era darme un aliviane e irme a la casa, así que fui por 100 varos de Cristal. Cuando llegué al punto, me formé y había adelante de mí cuatro vatos más. De pronto llegaron tres camionetas y se bajaron siete vatos. Tres se metieron a la casa y mataron al que nos vendía la droga y a su hija y a su esposa; los otros cuatro vatos que se quedaron afuera nos subieron a madrazos a las camionetas.
“Yo pensé que nos iban a matar, pero nos preguntaron que en dónde más vendían droga y uno de los morros les iba diciendo; ese día mataron a una persona más y balearon a otras y luego nos llevaron con ellos”, recuerda Juan Pablo, mientras su ojo derecho le parpadea, lo mismo que el labio superior de ese mismo lado de la cara.
Y prosigue con su relato: “Nos pararon a la orilla de la carretera y nos dijeron que si nos gustaba la droga. Un chavo dijo que no y lo mataron. 'Por mentiroso', dijo uno y nos apuntó a los demás. Luego nos dijo: 'se van a ir con nosotros y allá van a tener toda la droga que quieran. Eso querían, ¿no?'. Y luego nos vendaron los ojos y nos acostaron a todos en la caja de una de las camionetas, todos boja abajo”.
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Reclutado para empaquetar droga
Era de madrugada y empezaba a clarear el día cuando llegaron al lugar en el que estaría durante dos años. Les dijeron que se cambiaran la ropa, les prestaron unos pantalones y una camisa con camuflaje tres tallas más grandes que las que traían puestas. “Para que no los vean”, les dijeron.
Juan Pablo cuenta que eso era un centro de empaquetado de droga y también, en otro punto, como a un kilómetro, había otro campamento en donde escuchaban balazos cada noche. Ahí cree que adiestraban y asesinaban a personas, pero para allá él no tenía acceso ni tenía por qué ir.
El trabajo de Juan Pablo consistía en empaquetar la droga en pequeños sobres, para luego ser vendidas esas dosis. Otro de sus compañeros era el encargado de ponerle una calcomanía para identificar la mercancía; al día empaquetaba unas 300 dosis; su paga: Cristal y sólo Cristal.
“No nos daba hambre por la droga y sólo nos daban una sopa en vaso, unos sandwiches nada más con el jamón, agua y con eso teníamos. Así pasé dos años”.
A sus 34 años, Juan Pablo no tiene siete dientes y el cabello se le ha caído. Está descalcificado y desarrolló artritis en su mano izquierda, tanto por los golpes que recibió como por la falta de calcio en su cuerpo.
“Como yo, había varios vatos que los levantaron por la fuerza y ahí estaban trabajando. Así ha de haber muchos en otros lugares y que sus familias los están esperando”, refiere.
El día del rescate
Un día, por el cielo del lugar de los frondosos árboles sobrevoló un helicóptero de la Marina. Juan Pablo y todos los demás fueron subidos en una camioneta Van. Intentaban escapar, pero un convoy de militares se les cerró y los obligó a ponerse boca abajo. Después, a todos les vendaron los ojos y por ello Juan Pablo no sabe con exactitud en qué lugar estaba, aunque luego conoció por medio de la causa penal por la que fue acusado por la Fiscalía General del Estado por delincuencia organizada que estaba en un punto de la Sierra Cóndiro, cerca del municipio de La Barca, en Jalisco.
Juan Pablo duró otros dos años desaparecido, pues ahora estaba en prisión en Jalisco, hasta que fue liberado, al comprobarse que él fue víctima y no parte de la comisión de un delito.
Lo perdió todo
Cuando regresó a Uriangato, Juan Pablo se encontró con que la casa en donde vivía estaba abandonada. Sus vecinos al verlo, primero se sorprendieron, pues lo creían muerto, pero luego le dieron la noticia: su padre fue asesinado, pues dijeron que si a él lo habían privado de la libertad por drogas, entonces su padre estaba inmiscuido en eso.
“Ahí se me acabó todo: sin dinero, sin mi padre, que era mi único familiar, sin mis dientes, sin mi cuerpo sano, sin nada y empiezo a recordar que todo fue porque ese día que desaparecí quería droga. Lo pude evitar”, señala.
Es en 2019 cuando Juan Pablo decide llamarse Juan Pablo. Se cambió el nombre en honor a San Juan Pablo II, a quien se encomendó luego de internarse en un centro de rehabilitación, en donde lo aceptaron sin tener un solo peso. Como no tenía dinero para pagar su internamiento, Juan Pablo se dedicó a lavar los baños, lavar la ropa de otros internos, de preparar comida, de pintar el lugar.
Ahora, Juan Pablo se ha dedicado a compartir su testimonio con algunos de los internos que acuden al anexo en donde actualmente está, en uno de los municipios del Corredor Industrial. Ahí está en recuperación, pues dice que todavía siente droga en su cuerpo, que todavía siente dolor, que todavía siente miedo de salir, pues los últimos años vivió cautivo, a su pesar y contra su voluntad.
Casi dos mil 600 desaparecidos en Guanajuato
Muchos no han corrido con la fortuna que Juan Pablo. De acuerdo con datos de la Comisión Nacional de Búsqueda, en Guanajuato hay dos mil 592 personas desaparecidas en el periodo del 15 de marzo de 1964 hasta el 29 de agosto de 2021.
Sin embargo, del primero de diciembre de 2018 al 30 de junio de 2021, en el estado se ha reportado la desaparición de mil 289 personas.
Derivado del fenómeno de desaparición forzada, que este lunes se conmemora el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, en el estado han surgido 15 colectivos de búsqueda y que agrupan a unas 400 familias, las cuales se han unido para visitar predios en donde tienen indicios de que pudiera haber cadáveres enterrados, una práctica común del crimen organizado para no dejar rastro alguno de sus rivales y con ello incrementar el halo de terror que pretenden crear para mermar al enemigo.
Por su parte, el Gobierno de Guanajuato informó que desde la creación de la Comisión Estatal de Búsqueda, ha dado acompañamiento permanente a las familias y colectivos quienes participan de manera activa en la programación y realización de las jornadas de búsqueda en campo, garantizando su seguridad en los traslados y en los lugares de búsqueda como un compromiso permanente, en el contexto de las búsquedas en el estado.
A la fecha se han realizado 193 jornadas de búsqueda en los municipios de Acámbaro, Celaya, Coroneo, Cortazar, Guanajuato, Irapuato, León, Salamanca, Salvatierra, Jerécuaro, Juventino Rosas, Valle de Santiago y Villagrán y como parte de las búsquedas en vida que lleva a cabo la Comisión de Búsqueda se ha logrado la reintegración de 13 personas con sus familias en el último año.