CELAYA, Gto.- Este 24 de marzo se conmemora el 44 aniversario del martirio de Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, Arzobispo de San Salvador, conocido por ser “La voz de los sin voz” y gran defensor de los Derechos Humanos. De acuerdo con el padre José de Jesús Palacios, Vocero de la Diócesis de Celaya, el arzobispo cumplió con su misión de anunciar la verdad, denunciar la mentira y las injusticias cometidas en contra de su pueblo, de sus fieles y de sus sacerdotes.
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El sacerdote comentó que hablar del derecho a la verdad “es hablar del ejercicio natural del ministerio del servicio natural que tiene que prestar un profeta, porque él tiene que anunciar la verdad, venga de donde venga y, también denunciar la mentira y la falsedad, venga de donde venga, muy a pesar y a costa de correr riesgo”.
“Tal fue el caso del arzobispo que tuvo que pagar a precio de sangre esas declaraciones que hizo en contra de un sistema de gobierno que estaba imponiendo su verdad, su visión a costa de los más pobres, los más necesitados y que había ocasionado muchos sufrimientos, pérdidas humanas y ataques y, desde luego, como casi siempre sucede de personas inocentes”.
Mencionó que en su tiempo el arzobispo fue visto con sospecha por la forma en que se adentró a defender los derechos de los más pobres y, por lo tanto, se malentendió su postura dentro de la Iglesia, sin embargo, como sacerdote aseguró que su principal misión es anunciar la verdad y denunciar la mentira.
“En ese sentido la Iglesia sigue siendo profeta, anunciadora de la verdad y, en muchos casos, en nuestro país hemos visto cómo algunos obispos levantan la voz para hacer ver algunas realidades que están ocasionando dolor, injusticia, para aquellos que están más necesitados o que están generando algún malestar en la sociedad”.
“Los obispos están promocionándose como promotores de la justicia, de la paz, hemos visto algunos intentos de diálogo con las personas que hacen el mal, en razón de la búsqueda de la paz y hemos visto cómo la misma Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) ha citado e invitado a los candidatos a firmar el documento para comprometerse por la paz. Hay muchas otras realidades, pero en el trasfondo ahí está la búsqueda de la paz, de la justicia, la unidad y la armonía entre los mexicanos”.
Palacios Torres indicó que esta tarea no se queda en el pasado y no solo es para los sacerdotes, sino para todos los bautizados y, aunque algunos correrán con suerte, les harán caso y llegarán a transformar la realidad social en la que viven, “otros a la distancia se han de quedar, porque son privados de la libertad o de la vida, pero finalmente, yo creo que la verdad debe estar siempre como objetivo de predicación de toda la Iglesia”.
Por tal motivo, aseguró que Monseñor Óscar Romero ha llegado a los altares “y ahora lo conocemos como San Óscar Romero, venerado como santo para la Iglesia Latinoamericana y la Iglesia Universal”. Explicó que San Arnulfo fue asesinado un 24 de marzo de 1980 mientras presidía la eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, en la colonia Miramonte de San Salvador.
El disparo lo recibió desde la distancia, justo en el momento en que preparaba el altar para recibir el cuerpo de Jesús “dando así fin a una amenaza que veían en él porque estaba denunciando las injusticias, pero originaron así un gran movimiento, un mártir y ahora un santo para la Iglesia”. Sus restos descansan en la cripta de la Catedral Metropolitana de San Salvador, abajo del altar mayor y dentro de un mausoleo con su nombre.
ARZOBISPO Y MÁRTIR
Por otra parte, es importante mencionar que San Óscar Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, perteneciente a San Miguel, El Salvador. El 3 de febrero de 1977 fue nombrado Arzobispo durante el pontificado de Pablo VI.
El 5 de marzo de 1977 fue nombrado Vicepresidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador en la Asamblea especial de los Obispos, ese día mandó un comunicado para denunciar la persecución del gobierno hacia la Iglesia en El Salvador. Desde 1978 y hasta su muerte, en sus homilías se pronunció en contra de los abusos que cometía el gobierno en contra de los campesinos, sacerdotes y los más vulnerables.
El 9 de marzo de 1980 se encontró en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús un portafolio de color negro colocado debajo del Altar Mayor, al revisarlo descubrieron que era una bomba, la cual debía explotar cuando el arzobispo oficiara la misa dedicada en memoria de Mario Zamora Rivas, ex procurador general y ex secretario general del Partido Demócrata Cristiano, que fue asesinado el 23 de febrero de 1980 en su lugar de residencia. El artefacto fue desactivado.
El 23 de marzo de 1980, un día antes de su muerte, celebró la misa conocida como: “La Iglesia, un servicio de liberación personal, comunitaria, trascendente”, donde hizo una demanda al ejército salvadoreño. Al día siguiente, fue asesinado de un disparo mientras celebraba una misa. Fue beatificado el 23 de mayo de 2015 por monseñor Ángelo Amato, en representación del Papa Francisco y canonizado el 14 de octubre de 2018, por el Papa Francisco.