/ lunes 3 de mayo de 2021

Amenaza la “maldición del oro azul” a Guanajuato

Hay zonas donde el agave es el único cultivo que permanece

El boom de la siembra de agave alcanzó a Guanajuato. Para muchos se ha convertido en la “gallina de los huevos de oro”, pero hay un riesgo latente en ello: si no se da una producción controlada del agave, el estado podría vivir lo que en otras entidades se le ha conocido como “la maldición del oro azul”, es decir, el cúmulo de afectaciones provocadas por el monocultivo de esta planta con la que se produce el tequila.

Quienes ingresaron a la producción del agave en Guanajuato lo hicieron por dos motivos: el primero, porque ante el encarecimiento de insumos para producir granos tradicionales de Guanajuato, como el maíz, trigo sorgo, cebada y frijol, que va desde las semillas, los fertilizantes, el diésel, herbicidas y pesticidas, sus cosechas se volvieron poco rentables, aunado a que los apoyos gubernamentales para el campo año con año han ido desapareciendo y una sequía se ha ido prolongando ha hecho que los cultivos de temporal ya sean una especie en vías de extinción en el país; la segunda, porque les dijeron que lo más conveniente era rentar sus tierra, pues les darían entre 20 mil y 30 mil pesos anuales por hectárea durante ocho años de contrato, dinero libre de todo impuesto y gravamen y que es casi el doble de lo obtenían si continuaban sembrando granos.

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Todo parecería un ganar-ganar, pero la realidad es otra. Hermes Santana Arroyo, quien es investigador de suelos agrícolas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México y autor del estudio “Riesgos del monocultivo de agave en la región de Jalisco”, señaló que Guanajuato está a tiempo de revertir los problemas que tienen varios municipios jaliscienses que apostaron por el monocultivo de agave y hoy son tierras en recuperación, pues estuvieron al borde de la erosión.

Hay muchas personas a las que les rentaron sus tierras y les dijeron que una vez que terminara el contrato, podrían volver a sembrar, cosa que no es cierta; si un terreno se vuelve de monocultivo, automáticamente inhibe que otras plantas puedan producirse. Eso les pasó a los dueños de terrenos de Jalisco que rentaron sus tierras y cuando se las dejaron, ya no pudieron sembrar maíz. La tierra quedó adaptada para únicamente producir agave, pues hubo el ‘monopolio’ de la planta en ello; Guanajuato tiene que aprender a no tener monocultivo o su calidad del granero del Bajío está en riesgo, todavía más en riesgo que lo que le ha generado la industria y las sequías prolongadas”, explicó el investigador.

El caso de Jalisco, explicó Hermes Santana, obligó a que cuando se cumplieron los ochos años de contrato, tiempo en que tarda en madurar la planta del “Agave tequilana weber”, nombre científico del agave azul, los productores quisieron sembrar nuevamente maíz, pero se toparon con que no pudieron hacerlo. “Dos años y no podían sembrar, entonces optaron por vender sus tierras; los compradores fueron las tequileras que antes les rentaban sus parcelas”.

Industria tequilera con viento en popa en Guanajuato

La industria del tequila vive momentos con viento en popa en Guanajuato. Actualmente hay 37 mil hectáreas sembradas con agave azul en siete municipios que consiguieron el distintivo “denominación de origen”, como son Abasolo, Cuerámaro, Huanímaro, Manuel Doblado, Pénjamo, Romita y San Francisco del Rincón. Tequileras como José Cuervo o Corralejo, entre otras, han visto en los campos de Guanajuato una veta de producción de agave de calidad e incluso, en menor tiempo de lo que se produce en Jalisco.

Por ello, los nuevos contratos que hacen las tequileras con propietarios de tierras es de sólo seis años y ya no de ocho años, porque las “piñas”, como se le conoce a la base del agave usada para la producción de mezcal, tequila y destilado de agave, maduren más pronto, aunque eso signifique que las personas tengan dos años menos de ganancia que tenían de sus tierras.

Hasta ahora Guanajuato el monocultivo aún no es un problema, pero no tiene que esperar ni la industria tequilera ni las autoridades estatales a que lo sea; si evitan que el monocultivo afecte, Guanajuato será la región agavera y de alimentos más importante del país, pero es momento de saber cómo alimentar a la gallina de los huevos de oro que ahora está beneficiando a miles de guanajuatenses; Guanajuato está apostando a establecer un clúster de vino y tequila, tiene que ver que el monocultivo no sea el que le mate a esa gallina que hoy tiene para sí”, señaló Hermes Santana, quien ha identificado algunas zonas que están tendiendo al monocultivo en el estado, como algunas comunidades de Cuerámaro y de Pénjamo.

Cielos azules, parcelas azules

Organización Editorial Mexicana visitó la región agavera de Cuerámaro, particularmente en las comunidades de Tupátaro y San Gregorio; es esta última comunidad la que empieza a pintar sus parcelas de un color azulado, propio del agave sembrado en esa zona; un 70% de sus tierras lucen el azul agavero.

Juan Carlos Rodríguez es un joven de 28 años, quien anteriormente le ayudaba a su padre en las cinco hectáreas que tenía y donde sembraban maíz y trigo, un grano en cada ciclo agrícola; sin embargo, desde hace dos años la producción no fue la misma y Juan Carlos tuvo que buscar en otros lados trabajo para poder ayudar a su familia con los gastos, pues la siembra ya no es negocio.

Abril y mayo son las épocas en donde hay trabajo en los cultivos de agave. El objetivo es tener “más terrenos azules en esta época, para aprovechar la lluvia”, dice Juan Carlos; “lo que llueva es bueno para el agave, no necesita mucha agua”.

Desde las siete de la mañana, Juan Carlos y una cuadrilla de trabajadores de la región de Cuerámaro salen a los campos de agave a retirar los “hijuelos”, que son las matas de agave que se produjeron en el último año; cada planta madre de agave produce en promedio seis hijuelos, aunque hay algunas que llegan a producir hasta 10.

Es el jale que hay aquí en la zona, las quitamos las plantas, las acomodamos por tamaños y las sembramos en otros terrenos”, cuenta Juan Carlos. “Lima”, “naranja”, “toronja” y “piña” son los tamaños que se manejan en las plantas de agave y se les nombra así por la forma en que tiene la base del hijuelo del agave: las redondas y pequeñas son las limas y las más grandes son las piñas, porque tienen la forma de la fruta.

Juan Carlos contó que si los hijuelos no son sacados, no hay ningún problema. “La bronca es que se las roban y las pagan muy bien, cada piña cuesta unos 15 a 18 pesos y hay veces que sacamos hasta mil piñas en un corte, entonces hay que estar atentos y sacarlas para resembrar en otra parte”.

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Las piñas que Juan Carlos y sus compañeros sacaron, son peladas desde la base, les machetean las hojas dañadas, sobre todo las que tienen puntas cafés y sin nutrientes, y las van apilando para subirlas a una camioneta; hay 40 hectáreas libres cerca de la comunidad de la Puerta de San Juan y será ahí en donde van a plantar todos los hijuelos de agave que sacaron, pues los acaba de rentar una tequilera a un productor que ya no quiso sembrar a partir de este año.

A veces viene el gobierno y dice ‘no renten sus tierras’, pero todo está bien caro: semillas, diesel, fertilizantes. Mi papá tiene sus tierras y ya las anda pensando en rentar, son 20 mil seguritos, lo que sacábamos al año cuando eran buenos tiempos, hoy ni la mitad tenemos”, dice Juan Carlos, quien dijo que si no hubiera sido por la siembra del agave, él seguramente hubiera estado trabajando en alguna de las empresas automotrices del estado.

Monocultivo, el riesgo

Peter Gerritsen y Luis Manuel Martínez Librera advirtieron en su libro “Agave azul. Sociedad y medio ambiente”, acerca del riesgo que representa producir una especie como el agave azul, pues reemplaza a la flora y fauna nativa de la zona.

Y es que para producir agaves es necesario utilizar una gran variedad de insecticidas que afectan a las tierras; “hasta las gallinas son peligrosas para el agave y hay que ponerles químicos para que no se acerquen”, advierte Hermes Santana, quien dijo que los riesgos del monocultivo son “que una especie que es muy rentable económicamente, puede afectar a la flora y fauna de las zonas; Guanajuato tiene algunos focos rojos, como en Cuerámaro y Pénjamo, con el monocultivo; si ya se determinó que esa sea la zona agavera, que se respete, pero vemos en zonas como Irapuato, Celaya, Salamanca, que son de hortalizas, maíces, sorgos, ya con cultivos de agave en medio. Que no sea esta la señal de un descontrol y de extinción de parcelas graneras, como le sucedió a Jalisco, que ahora tiene que comprar alimentos a otros estados, cuando antes era líder en producción de ellos”.

El boom de la siembra de agave alcanzó a Guanajuato. Para muchos se ha convertido en la “gallina de los huevos de oro”, pero hay un riesgo latente en ello: si no se da una producción controlada del agave, el estado podría vivir lo que en otras entidades se le ha conocido como “la maldición del oro azul”, es decir, el cúmulo de afectaciones provocadas por el monocultivo de esta planta con la que se produce el tequila.

Quienes ingresaron a la producción del agave en Guanajuato lo hicieron por dos motivos: el primero, porque ante el encarecimiento de insumos para producir granos tradicionales de Guanajuato, como el maíz, trigo sorgo, cebada y frijol, que va desde las semillas, los fertilizantes, el diésel, herbicidas y pesticidas, sus cosechas se volvieron poco rentables, aunado a que los apoyos gubernamentales para el campo año con año han ido desapareciendo y una sequía se ha ido prolongando ha hecho que los cultivos de temporal ya sean una especie en vías de extinción en el país; la segunda, porque les dijeron que lo más conveniente era rentar sus tierra, pues les darían entre 20 mil y 30 mil pesos anuales por hectárea durante ocho años de contrato, dinero libre de todo impuesto y gravamen y que es casi el doble de lo obtenían si continuaban sembrando granos.

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Todo parecería un ganar-ganar, pero la realidad es otra. Hermes Santana Arroyo, quien es investigador de suelos agrícolas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México y autor del estudio “Riesgos del monocultivo de agave en la región de Jalisco”, señaló que Guanajuato está a tiempo de revertir los problemas que tienen varios municipios jaliscienses que apostaron por el monocultivo de agave y hoy son tierras en recuperación, pues estuvieron al borde de la erosión.

Hay muchas personas a las que les rentaron sus tierras y les dijeron que una vez que terminara el contrato, podrían volver a sembrar, cosa que no es cierta; si un terreno se vuelve de monocultivo, automáticamente inhibe que otras plantas puedan producirse. Eso les pasó a los dueños de terrenos de Jalisco que rentaron sus tierras y cuando se las dejaron, ya no pudieron sembrar maíz. La tierra quedó adaptada para únicamente producir agave, pues hubo el ‘monopolio’ de la planta en ello; Guanajuato tiene que aprender a no tener monocultivo o su calidad del granero del Bajío está en riesgo, todavía más en riesgo que lo que le ha generado la industria y las sequías prolongadas”, explicó el investigador.

El caso de Jalisco, explicó Hermes Santana, obligó a que cuando se cumplieron los ochos años de contrato, tiempo en que tarda en madurar la planta del “Agave tequilana weber”, nombre científico del agave azul, los productores quisieron sembrar nuevamente maíz, pero se toparon con que no pudieron hacerlo. “Dos años y no podían sembrar, entonces optaron por vender sus tierras; los compradores fueron las tequileras que antes les rentaban sus parcelas”.

Industria tequilera con viento en popa en Guanajuato

La industria del tequila vive momentos con viento en popa en Guanajuato. Actualmente hay 37 mil hectáreas sembradas con agave azul en siete municipios que consiguieron el distintivo “denominación de origen”, como son Abasolo, Cuerámaro, Huanímaro, Manuel Doblado, Pénjamo, Romita y San Francisco del Rincón. Tequileras como José Cuervo o Corralejo, entre otras, han visto en los campos de Guanajuato una veta de producción de agave de calidad e incluso, en menor tiempo de lo que se produce en Jalisco.

Por ello, los nuevos contratos que hacen las tequileras con propietarios de tierras es de sólo seis años y ya no de ocho años, porque las “piñas”, como se le conoce a la base del agave usada para la producción de mezcal, tequila y destilado de agave, maduren más pronto, aunque eso signifique que las personas tengan dos años menos de ganancia que tenían de sus tierras.

Hasta ahora Guanajuato el monocultivo aún no es un problema, pero no tiene que esperar ni la industria tequilera ni las autoridades estatales a que lo sea; si evitan que el monocultivo afecte, Guanajuato será la región agavera y de alimentos más importante del país, pero es momento de saber cómo alimentar a la gallina de los huevos de oro que ahora está beneficiando a miles de guanajuatenses; Guanajuato está apostando a establecer un clúster de vino y tequila, tiene que ver que el monocultivo no sea el que le mate a esa gallina que hoy tiene para sí”, señaló Hermes Santana, quien ha identificado algunas zonas que están tendiendo al monocultivo en el estado, como algunas comunidades de Cuerámaro y de Pénjamo.

Cielos azules, parcelas azules

Organización Editorial Mexicana visitó la región agavera de Cuerámaro, particularmente en las comunidades de Tupátaro y San Gregorio; es esta última comunidad la que empieza a pintar sus parcelas de un color azulado, propio del agave sembrado en esa zona; un 70% de sus tierras lucen el azul agavero.

Juan Carlos Rodríguez es un joven de 28 años, quien anteriormente le ayudaba a su padre en las cinco hectáreas que tenía y donde sembraban maíz y trigo, un grano en cada ciclo agrícola; sin embargo, desde hace dos años la producción no fue la misma y Juan Carlos tuvo que buscar en otros lados trabajo para poder ayudar a su familia con los gastos, pues la siembra ya no es negocio.

Abril y mayo son las épocas en donde hay trabajo en los cultivos de agave. El objetivo es tener “más terrenos azules en esta época, para aprovechar la lluvia”, dice Juan Carlos; “lo que llueva es bueno para el agave, no necesita mucha agua”.

Desde las siete de la mañana, Juan Carlos y una cuadrilla de trabajadores de la región de Cuerámaro salen a los campos de agave a retirar los “hijuelos”, que son las matas de agave que se produjeron en el último año; cada planta madre de agave produce en promedio seis hijuelos, aunque hay algunas que llegan a producir hasta 10.

Es el jale que hay aquí en la zona, las quitamos las plantas, las acomodamos por tamaños y las sembramos en otros terrenos”, cuenta Juan Carlos. “Lima”, “naranja”, “toronja” y “piña” son los tamaños que se manejan en las plantas de agave y se les nombra así por la forma en que tiene la base del hijuelo del agave: las redondas y pequeñas son las limas y las más grandes son las piñas, porque tienen la forma de la fruta.

Juan Carlos contó que si los hijuelos no son sacados, no hay ningún problema. “La bronca es que se las roban y las pagan muy bien, cada piña cuesta unos 15 a 18 pesos y hay veces que sacamos hasta mil piñas en un corte, entonces hay que estar atentos y sacarlas para resembrar en otra parte”.

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Las piñas que Juan Carlos y sus compañeros sacaron, son peladas desde la base, les machetean las hojas dañadas, sobre todo las que tienen puntas cafés y sin nutrientes, y las van apilando para subirlas a una camioneta; hay 40 hectáreas libres cerca de la comunidad de la Puerta de San Juan y será ahí en donde van a plantar todos los hijuelos de agave que sacaron, pues los acaba de rentar una tequilera a un productor que ya no quiso sembrar a partir de este año.

A veces viene el gobierno y dice ‘no renten sus tierras’, pero todo está bien caro: semillas, diesel, fertilizantes. Mi papá tiene sus tierras y ya las anda pensando en rentar, son 20 mil seguritos, lo que sacábamos al año cuando eran buenos tiempos, hoy ni la mitad tenemos”, dice Juan Carlos, quien dijo que si no hubiera sido por la siembra del agave, él seguramente hubiera estado trabajando en alguna de las empresas automotrices del estado.

Monocultivo, el riesgo

Peter Gerritsen y Luis Manuel Martínez Librera advirtieron en su libro “Agave azul. Sociedad y medio ambiente”, acerca del riesgo que representa producir una especie como el agave azul, pues reemplaza a la flora y fauna nativa de la zona.

Y es que para producir agaves es necesario utilizar una gran variedad de insecticidas que afectan a las tierras; “hasta las gallinas son peligrosas para el agave y hay que ponerles químicos para que no se acerquen”, advierte Hermes Santana, quien dijo que los riesgos del monocultivo son “que una especie que es muy rentable económicamente, puede afectar a la flora y fauna de las zonas; Guanajuato tiene algunos focos rojos, como en Cuerámaro y Pénjamo, con el monocultivo; si ya se determinó que esa sea la zona agavera, que se respete, pero vemos en zonas como Irapuato, Celaya, Salamanca, que son de hortalizas, maíces, sorgos, ya con cultivos de agave en medio. Que no sea esta la señal de un descontrol y de extinción de parcelas graneras, como le sucedió a Jalisco, que ahora tiene que comprar alimentos a otros estados, cuando antes era líder en producción de ellos”.

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