CELAYA, Gto.- En una conferencia presentada por el investigador Pablo Pérez Joya, se exploraron los casos de brujería en Celaya a principios del siglo XVII, basándose en fuentes como Inquisición y sociedad en México, 1571-1700 de Solange Alberro y la tesis Brujería sexual en Celaya, 1614 de Ana Elena Uribe Flores. Pérez Joya en un intento por comprender la mentalidad de la época, el conferencista preguntó a su audiencia: “¿Quién cree en las brujas y este tipo de prácticas?”, desafiando el escepticismo moderno.
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La conferencia incluyó una imagen de un aquelarre de 1518, donde se veía a un macho cabrío rodeado de mujeres alejadas de la sociedad, realizando una ofrenda. Pérez Joya explicó que la brujería en los siglos XV y XVI se asociaba con infanticidios, reuniones nocturnas y vuelos sobrenaturales, y mencionó que “el miedo hacia las brujas era tal, que algunas mujeres se identificaban como brujas para obtener estatus social”.
En este contexto, la línea entre hechicería y brujería era difusa. Pérez Joya señaló que “los inquisidores no distinguían con claridad entre ambas”, ya que se creía que el poder de las brujas provenía de un pacto, explícito o implícito, con el diablo. Además, la Inquisición, fundada oficialmente en 1478 y establecida en Nueva España en 1571, no solo perseguía la herejía, sino que también servía para desacreditar a las personas mediante acusaciones.
Uno de los casos más intrigantes se dio en 1614, cuando Pedro Núñez de la Roja, comisario inquisitorial en Celaya, reportó denuncias de mujeres que se identificaban como brujas, aunque la sede en la Ciudad de México nunca respondió. Las acusaciones incluían prácticas como el uso de hierbas para manipular a los esposos. Por ejemplo, Magdalena de la Cruz denunció que su hermana usaba doradilla para “amansar a los hombres”.
La conferencia también relató cómo la economía de Celaya en esa época giraba en torno a la agricultura y detalló la composición social: “alrededor de 100 vecinos españoles casados, 40 solteros, 30 viudas, 100 esclavos negros, 100 mulatos libres, 50 mulatas libres y unos 609 indígenas”.
Uno de los ejemplos más llamativos sobre las actividades atribuidas a la brujería fue el de las hermanas Aguilar Díaz, quienes practicaban hechicería para manipular sus relaciones personales. Catalina González, madre de las hermanas, llegó a pedir que se matara a un burro para usar sus sesos con ese fin. Además, Magdalena y Anna de Aguilar hicieron que un indígena consumiera peyote para predecir sus futuros matrimonios.
Pérez Joya también abordó los testimonios sobre vuelos nocturnos, como el caso de Inés García, cuyo hermano relató que sus hermanas se aplicaban ungüentos para volar. En otro episodio, se acusó a Leonor de Villarreal de transformarse en un papagayo para volar, un caso que fue denunciado por Beatriz de Teba y Germana de Rentería.
La conferencia concluyó con una reflexión sobre las múltiples tradiciones que convergieron en las prácticas mágicas de la región: europeas, mesoamericanas y afrocaribeñas. A través de estos ejemplos, Pérez Joya subrayó cómo la brujería y la inquisición no solo revelan aspectos culturales, sino también los mecanismos de control social de la época.