Es ella. La inmarcesible. La retadora de la vida. La orgullosa de sí y ausente de todos. En su rostro hay pesar, pero también dignidad y reto. Entra vestida en su traje refulgente de brillitos, exactamente ajustado a su colosal figura femenina…
Entra al salón en donde hay humo de cigarros y mesas con vino y a las que hay parejas indiferentes que se abrazan en tanto que ella pasa, camina lento, fuma… se recarga en una columna para lucirse toda ella, retoma el paso sensual, cruza el salón, la cámara sigue sus caprichos…
… Fuma y escucha, mira alrededor con desdén, no le importa… Pedro Vargas la ve pasar y sigue describiéndola porque para ella se hizo el himno de su vida azarosa: “Vende caro tu amor, aventurera, dale el precio del dolor, a tu pasado, y aquél, que de tu boca la miel quiera, que pague con brillantes tu pecado…”.
Y nuestros padres rechinaban los muéganos con más fuerza, apretaban las palomitas hasta estrangularlas, la nieve de limón se derretía y todo desde las butacas estaba en el cabaret aquel mientras que el de los “chicles-chocolates-muéganos-pepitas…” guardaba silencio respetuoso y lascivo: todo junto… Luego, como si un coro fuera, se escucha un suspiro total… Es que finalmente gana la gloria Ninón Sevilla, la “Aventurera” más emblemática de todas las aventureras…
Digamos que esta película de 1950 dirigida por Alberto Gout fue la cúspide de un cine mexicano al que se denominó de “Rumberas”. Aunque ciertamente lo de la rumba era la cereza de un pastel en la vida de mujeres que habiendo sido pudorosas, por azares del destino caen en la desgracia de volverse “cabareteras” y que, por lo mismo, tenían que vender caro su amor en sórdidos cabarets urbanos. Aquel cine se apartaba de las películas campiranas, de charros tomadores y valientes a carta cabal…
Las de ‘cabareteras’ eran otra cosa. Digamos que es una aportación mexicana al cine internacional luego de la Segunda Guerra Mundial. Toda una época vertida en llanto y en música y en pasiones desenfrenadas que hacen de este género una forma de cine negro mexicano, con tono melodramático, muchos conflictos de clase, mucho desprecio social, y canciones y bailes sin fin.
En eso de películas de ‘mujeres de la calle’ ya había antecedentes en México. Por ejemplo aquella sórdida “Santa” de Antonio Moreno, en 1931, en base al libro de Federico Gamboa o “La mujer del puerto” que filmó en 1933 Arcady Boytler y que se basa en un relato de Guy de Maupassant..
Luego hubo una buena cauda de cine “pecaminoso” hasta llegar al Cine Negro mexicano de rumberas que tiene su levante en los cuarenta y atrae al país a una gran cantidad de bailarinas cubanas que aquí se hacen actrices por obra y gracia de un director de cine nacido en España y radicado por años en Cuba y luego en México: Juan Orol, el del cine ultra-surrealista...
Ya afincado en México, Juan Orol trae a María Antonieta Pons que inicia este cine melodramático-erótico-pecaminoso-redencionista con “Siboney” de Orol en 1938. En adelante se encontró la ruta para un cine al mismo tiempo económico, como también vistoso y meloso-carameloso-lujurioso-lloroso… y redituable.
Pero ya se ha dicho que el auge de esta cinematografía va de 1946 a 1952, que es el gobierno de Miguel Alemán. Por aquellos años hay el surgimiento de una vida nocturna que antes se había contenido en el Distrito Federal y en otras capitales importantes del país. Restaurantes, centros nocturnos, cabarets, música, cierta algarabía y diversión hacían proliferar lugares de esparcimiento de todos colores y sabores en las urbes nacionales.
Así que de pronto el cine mexicano pasó poco a poco del campo a la ciudad y en el que las reinas de la pantalla eran hermosas mujeres, de cuerpos mandados a hacer de forma artesanal, que movían las caderas de forma intermitente y erótica a ritmo de rumba cubana, luego de mambo o chachachá o guguancó o calipso. Todo ahí era ritmo frenético, ropa mínima con lentejuelas brillosas a más no poder, tocados a lo Carmen Miranda, colas de vestido que se movían al compás de las caderas más acolchonaditas del cine mundial…
Pero esas mismas mujeres que fueron María Antonieta Pons, Meche Barba, Rosa Carmina, Mary Esquivel, Amalia Aguilar y la emblemática Ninón Sevilla, como muchas otras más, tenían en sus películas una vida triste-dolorosa-infame. Siempre víctimas de su fatal destino. Siempre alejadas de la falsa sociedad por la sociedad misma. Mujeres que deploraban su condición de prostitución y recordaban tiempos aquellos en los que pensaban que la vida era limonada de naranja.
Así que de pronto había películas determinantes: “Aventurera” –decíamos-; “Hipócrita”, “Perdida”, “Víctimas del pecado”, “Cabaret Shanhai”, “Humo en los ojos”, “Cortesana”, “Amor de la calle”, “La bien pagada”, “Si fuera una cualquiera”, “Ambiciosa”… “Arrabalera”… y tantas más en las que el público urbano se solazaba… O la enorme “Salón México” del Indio Fernández (1949). En muchas de ellas había guiones de grandes escritores mexicanos como Mauricio Magdaleno, Álvaro Custodio, Luis Spota…
También en provincia se cocían las habas. De pronto en cines locales se exhibían películas para adultos “mayores de 21 años”. A los que acudían espectadores que buscaban el sosiego y la paz espiritual en los bailes de María Antonieta Pons o en “La múcura” de Ninón y en los pasitos de puntillas de Meche Barba y así… Todo por conocer sus historias trágicas y la manera como habrían de redimirse de esa vida desenfrenada y obscura…
Porque eso pasaba: la mayoría de ellas se redimía a la manera de Fausto: el arrepentimiento siempre es –se moraliza ahí—la redención de los pecados. Y la mayoría de ellas volvían al carril de origen, con esto se daba por terminado el debate con los ultraconservadores de aquellos años que exigían el retiro de estas películas que “incitan a la degradación humana y exaltan el pecado”.
En ese cine hay un retrato de una ciudad de México que comenzaba a crecer y a exigir otra visión de su propia vida y la exposición de sus libertades. Se ve ahí una forma de vida, pero también una forma de enfrentarla y de contradecir a quienes pensaban que el mundo se resumía puertas adentro. Fueron películas de contenido social porque exponían las contradicciones de un país que quería salir, ya, de un conservadurismo que olía a bolitas de naftalina.
Y era un despertar de muchos al mundo-mundano. Quienes éramos niños por entones –que es cuando era virrey de la Nueva España don Antonio de Mendoza— y vivíamos en pequeños poblados del país, pueblos luminosos y con floresta y arroyos cantarines, recibíamos cada sábado al hombre que llegaba con su camioneta casi desvencijada y quien pedía permiso en un gran patio en donde colocaba enormes sábanas a modos de pared, ‘con banca a cinco pesos, sin banca a tres pesos’.
Y de pronto, el anuncio de la película del sábado. Para niños de las cinco a las 8 de la noche: “Pulgarcito y el Ogro feroz”… “Caperucita roja”… “Las rosas del milagro”… Y a partir de las 8.30: ¡tan-tan-tan-tan! Cine para adultos –mayores de 21 años-. La película podía ser “Aventurera” o “Hipócrita” –‘sencillamente hipócrita-perversa-te burlaste de mí…’. Y ahí acudían los adultos, señores y señoras, vestidos de domingo.
Pero los que se suponía que ya estaríamos dormidos soñando con Caperucita Roja, pues nada, que nos las ingeniábamos para hacer huecos en las telas aquellas y de forma subrepticia veíamos a aquellas mujeres, aquellos bailes, aquel dolor interminable por el pecado interminable…
… Y música-música-música… bailes de aquí para allá y de allá para acá: todo caderas y rumba y lentejuelas, canciones… De pronto, el malo atraía a la muchacha que se había perdido en el camino. La golpeaba. Y le exigía. Y de pronto la abrazaba y de pronto… Otra escena. A otra cosa. A veces la vida no es tan explícita.
El cine mexicano de rumberas se ha convertido en cine de culto. Hoy aquellas películas son recuerdo de una época y de una forma de vida, de una forma de entenderse en ella y retratarse para la memoria sin olvido. Son, aunque no se crea, arte.
Francois Truffat (“Los 400 golpes”; “Jules et Jim”; “Besos robados”) dedicaría un gran dossier en Cahiers du Cinéma para elogiar este “subgénero exótico exclusivo de México y tan empapado en sudores como en lágrimas”.
Pero, bueno, al final ganó la Liga de la Decencia, y al término del gobierno de Miguel Alemán comenzó la decadencia del cine de “Rumberas”, el cine de ‘cabareteras arrepentidas’. Estos grupos ultraconservadores argumentaron que en estas películas había una “fuerte carga sexual…
… Y con el apoyo del entonces regente del Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu que consideró a este cine como “una falta a la moral y a las buenas costumbres” iniciaron la campaña para acusar pecado capital el ver la vida desde otras perspectivas y otras libertades.
…Y poco a poco desapareció esta etapa de un cine que hoy es eso: el retrato de un país y de una parte de su sociedad en sus gustos y en su forma de expresión… Un cine de libertades y de mucho recato si se les ve hoy mismo. Pero sobre todo el de la lucha contra la moral mal entendida…‘Hipócritas, sencillamente hipócritas… perversos…’
Pero ahí les va otro himno secular: “Perdida, te ha llamado la gente, sin saber que has sufrido, con desesperación. Vencida, quedaste tú en la vida, por no tener cariño que te diera ilusión. Perdida, porque al fango rodaste, después que destrozaron tu virtud y tu honor: ¡No importa, que te llamen perdida, yo le daré a tu vida, que destrozo el engaño, la verdad de mi amor…!” Fin.