La historia cultural del estado de Guanajuato ha sido tan vasta, que lo investigado aún resulta muy pequeño, si consideramos la amplitud de las temáticas, experiencias, la documentación, las tradiciones orales, los imaginarios colectivos, la gastronomía, el chamanismo, las leyendas, la identidad religiosa, la magia, el miedo a lo desconocido, etc. La riqueza de tantos testimonios reflejan una diversidad en las prácticas culturales.
Justamente y en ocasión a la celebración del Día de Muertos, lo primero que se nos viene a la memoria, son las estampas expresadas en los tapetes y altares con flores vistosas, ofrendas, luminarias y los caminos llenos de aserrines coloridos, donde la Catrina va recorriendo indómita en busca de aquellos que deberán abandonar la vida terrenal. La muerte al menos en México y en Guanajuato, lejos de significar dolor y pérdidas, también es alegría y momento de reflexión. Los numerosos festejos hablan de esa importancia en nuestra memoria colectiva. En cada estado, región o localidad, dependiendo de sus particularidades, se rinde un culto a la simbiosis “muerte y vida”, pues ninguna de las dos, puede ser entendida la una sin la otra.
Una práctica cultural que aludió lo anterior, fue la costumbre de los “retratos con angelitos” en la capital de la entidad; donde el estudio fotográfico de Romualdo García, ubicado en la calle de Cantarranas, sirvió como el espacio idóneo para perpetuar el recuerdo de los fieles difuntos, a través del testimonio visual que era la fotografía. Precisamente, la temática despertó el interés de la historiadora Luz Delia García Hermosillo, quien publicó un hermoso libro en el año 2001, bajo el auspicio de la Presidencia Municipal de Guanajuato. Pero ¿cómo podemos explicar la necesidad de tomarse una foto, con un familiar difunto en el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX?, sencillamente, ante la razón de asegurarle perpetuidad, es decir, una prolongación manifiesta en una imagen después del fallecimiento. El medio para lograrlo era la cámara fotográfica, la cual capturaba la esencia de los rostros, sus facciones, la seriedad ante el acto, el respeto pero también la angustia, la desolación, porque después del retrato, el familiar será enterrado. Sólo tres maneras existían para recordarle, la misma memoria con los anecdotarios, las pinturas de retratos o dibujos y la fotografía misma. De ahí, que en el caso de ésta última, constituyó una práctica cultural guanajuatense, que logró eliminar ciertamente, las diferencias de clases por unos momentos; pues las familias acaudaladas se tomaban fotos con sus finados, pero también aquellas de origen humilde, quienes hacían sus mejores esfuerzos por pagar, los servicios fotográficos de Romualdo García.
Ahora bien, los “retratos con angelitos” fueron dirigidos a enaltecer en una imagen fotográfica, los cuerpecitos y caritas de bebés, niños y niñas, abrigados con sus mejores ropitas. Los tocados e incluso los peinados, se hacían con mucho amor, ya que sería el último momento de convivencia con ellos mismos. Por tratarse de una infancia irrecuperable, la cual no regresará jamás al regazo de la madre, y dadas las características de esos pequeños seres, se ha considerado a este proceso de duelo como la “muerte niña”. No puede ser de otro modo, es la “muerte infantil” y no la adulta, la bien llamada “Catrina”. Recordemos que al menos en Guanajuato y en México, la “muerte” en sí, tiene un sentido de identidad femenina, aunque existen manifestaciones culturales aludiendo al catrín, lo “femenino” impuso su fuerza y presencia en la memoria e imaginarios colectivos.
El mismo José Guadalupe Posadas expresó esto, aun cuando dedicó grabados a las calaveras.
Finalmente, esos “retratos con angelitos” también debió su nombre, a lo transparente, libre y limpia del alma infantil de todo pecado terrenal. Ideario relacionado con el Catolicismo. Un niño o una niña que ha trascendido en el firmamento, a diferencia de una persona adulta, no requiere de tantas plegarias para su eterno descanso, pues su identidad le asegura una luz incandescente a los espacios del “cielo”. Entonces comprendemos, que la fotografía con esos pequeños, aparte de constituir un recuerdo hecho documento, significó la “luz” de esperanza ante la pérdida irreparable de la presencia física. Los ojitos y el rostro durmiendo o descansando, capturados por la lente de una cámara fotográfica y en compañía de la familia, permitieron reproducir de una generación a otra, ese sentimiento de pertenencia; en la que los pequeños difuntos o “angelitos” tienen su lugar para siempre por medio de un nombre o cierta referencia, quienes el haberse adelantado de este mundo y acorde a las características angelinas, poseen luz propia, la cual ayudará en su momento, a despejar el camino hacia el mundo intangible, cuando su mamá, papá, hermanos y hermanas, abuelos, comiencen a emprenderlo. Por ello, en Guanajuato el “retrato con angelitos” o la “muerte niña”, aparte del simbolismo que los rodeó, siguen en la actualidad presentes, porque seguramente, en cada una de las familias que desarrolló dicha práctica cultural, conserva con mucho cuidado y respeto, el legado emocional dejado por una foto que brindó la fortaleza en el mismo proceso de duelo y trajo consigo, la calma y la paz requerida en el hogar.