Florencio Cabrera C.
“El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”. Alexander Pope.
Cuenta una leyenda que un día la verdad (V) y la mentira (M) se cruzaron en camino.
Buenos días dijo la M. Buenos días respondió la V. Hermoso día dijo al M, y la V miró al cielo y hacia el horizonte para ver si era verdad y sí, era hermoso día. Aún más hermoso está el lago dijo la M, y la V miró… y miró el lago para convencerse que era verdad, y si lo era, es cierto, está más bonito, dijo la V, entonces la M corriendo hacia el agua dijo: ¡vayamos a nadar! el agua está mucho más hermosa. La V creyó a la M, ambas se quitaron la ropa y se lanzaron al agua, estuvieron nadando muy a gusto un buen rato hasta que la M salió del agua y se puso la ropa de la V. Esta, la V, incapaz de ponerse la ropa de la M, comenzó a caminar desnuda por la calle y todos de horrorizaron de verla.
Así es cómo desde entonces la mayoría de personas prefieren ver la mentira disfrazada de verdad que la verdad al desnudo.
A partir de los pensadores de la Grecia clásica, sobre la moral, todos sin excepción muestran que la mentira hace al hombre despreciable ante sus semejantes. Contrario a Santo Tomás de Aquino (? - 1274) que no consideraba intencionalidad, San Agustín (354-430 D.C.) decía que la mentira es simplemente una comunicación falsa unida a la intención de engañar. Agustín de Hipona fue el primero que enlazó la filosofía griega con la dogmática cristiana. El teólogo y filósofo convertido al cristianismo es el más importante pensador desde la cultura ateniense hasta bien entrada la Edad Media, y junto con los filósofos griegos, fueron y siguen siendo piedras angulares de la civilización occidental.
Ya en la era moderna, para Immanuel Kant el no mentir es una ley moral inviolable. La mentira es un antivalor moral que siempre tendrá connotación negativa que golpea la convivencia pacífica. Miente el que sabe que está mintiendo, el que tiene una cosa en mente y expresa otra distinta, empero, como señaló Jules Renard “De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”.
Por eso se dice que el mendaz tiene un pensamiento dual, por un lado, sabe u opina que es verdad y calla, y por el otro, es el que dice algo y en su pensamiento sabe que es falso. Por eso se puede decir algo falso sin mentir en el caso que si el que habla no tiene dudas que lo que expresa es verdad, sin embargo, el mentir acarrea desconfianza y la confianza es la base principal para establecer vínculos entre las personas, entre las sociedades y los pueblos. El mentiroso
En una discusión polémica que tuvo el filósofo prusiano con Benjamín Constant, este, si bien defendía el deber de decir la verdad, también tenía sus excepciones en que contradecía lo que Kant afirmaba, que es deber incondicional de enunciar la verdad en “un sagrado mandato de la razón” aunque uno se perjudique así mismo y a otros. Un ejemplo que ha sido ampliamente denostado es que tendríamos que decir la verdad incluso al asesino que nos preguntara si su enemigo se aloja en nuestra casa. En oposición, Constant da ejemplos concretos en que decir la verdad pude equivaler a hacer el mal.
En la práctica, al veraz y al mentiroso no hay que calificarlos por la verdad o falsedad de las cosas en sí mismas, sino por la intención que lleva sus palabras. Por otro lado, se puede decir que yerra el que afirma algo falso, aunque con honestidad piense que es verdadero, pero no por eso se le puede llamar mentiroso debido a que no tiene la mente dual para decidir por una u otra cosa ni desea tampoco engañar, sino que se engaña él mismo.
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