Dentro de la historia de la educación en el estado de Guanajuato, poco se sabe en la memoria colectiva, acerca de los primeros directores de la Escuela Normal de origen lancasteriano; aunque existen determinados e importantes trabajos que han arrojado información al respecto, realizados por los historiadores Jesús Rodríguez Frausto, Elías Guzmán López, Guillermo Adrián Tapia García, José Eduardo Vidaurri Aréchiga, Alfredo Pérez Bolde y las investigadoras Julieta Contreras Millán, Artemisa Helguera Arellano. Como hemos explicado en anteriores artículos, la primera Normal se creó en enero de 1825, tras una serie de decretos y disposiciones oficiales, que le permitieron ubicarse en las instalaciones de la 1ª. Escuela Pública de Niños en la capital guanajuatense, ante la falta de un edificio propiamente construido para ella.
Uno de los primeros propósitos del gobernador Carlos Montes de Oca, fue cuidar de todo lo relacionado con la administración de la institución formadora del preceptorado. Para ello, gestionó lo más pronto posible, encontrar al maestro quien sería designado el primer director. Esto, ante la situación de que la Normal requería con urgencia a un administrador que supiera, todo lo relativo al sistema de enseñanza mutua y, abrir las convocatorias de ingreso a la institución, a aquellas personas sin distinción de sexo, que quisieran formarse y capacitarse como preceptores de primeras letras. Era la primera vez, que la ciudad de Guanajuato experimentaba un gran cambio en la política educativa, trazada desde el gobierno en turno. La capital al ser el lugar sede de la Escuela Normal, de ella partirían también los educadores hacia otras latitudes de la entidad, con el fin de llevar y aplicar el sistema lancasteriano en el resto de las poblaciones urbanas.
De esta manera, se buscó al maestro que poseyera los conocimientos y prácticas del sistema de enseñanza mutua, para que a su vez, lo enseñara al alumnado inscrito en los cursos de la Normal. Aunque se sabía de Doroteo Romero como un experimentado guanajuatense en la instrucción de la enseñanza elemental, éste no se había formado en lo lancasteriano; sus habilidades, las había forjado bajo la metodología antigua, heredada de la época colonial, cuando era director de la 1ª. Escuela de Niños y acreditado por el entonces virrey Venegas desde 1811. Por ello, en marzo de 1825 fue nombrado otro maestro, en este caso, el preceptor José Ortega, quien conocía todo lo relativo al sistema lancasteriano.
Una vez oficializado su nombramiento, Ortega se dispuso a introducir y aplicar la metodología puesta en boga en esos momentos (enseñanza mutua), en la 1ª. Escuela Pública de Niños, tras el cese del director de éste último recinto, quien había sido el maestro Romero. De esta forma, el administrador de la Normal era al mismo tiempo el de la institución de varones. El preceptor Ortega comenzó con regularidad la impartición de los cursos bajo el nuevo enfoque pedagógico, pero en junio comenzó a tener problemas con el Ayuntamiento de Guanajuato; ya que éste quería resultados a corto plazo, es decir, tenía una visión equivocada de la instrucción, puesto que aplicar el nuevo tipo de instrucción, llevaba su tiempo, no era algo fácil. Además exigía prácticamente, tener un preceptorado ya formado, algo que no podía recaer en una sola persona. El director de la Normal también exigió al ayuntamiento, un pago a la altura de las circunstancias.
La situación descrita, al no resolverse, llegó a oídos del gobernador Montes de Oca, quien solicitó conocer los pormenores de la problemática. Fue entonces, que el ayuntamiento capitalino, envío los oficios correspondientes a las visitas realizadas por una comisión, en la que observó el descuido de la Escuela Normal y lo poco de aprovechamiento académico en los jóvenes inscritos. El preceptor Ortega en su defensa, argumentó que el ayuntamiento poco le apoyaba en los recursos para mejorar la enseñanza; a su vez, el gobierno local reviró que el director, era una persona que no seguía las instrucciones de éste, es decir, no se sometía a la corporación. Ante dicho panorama, se exigió la renuncia de Ortega al no solucionarse el conflicto, lo que provocó su salida en noviembre de 1825, siendo reemplazado interinamente por el preceptor Ignacio Luna, quien asumió el cargo a partir de dicho mes y en el transcurso de diciembre; ya que para 1826, el bachiller Joaquín Gómez Maya, oriundo de la ciudad de México, fue traído a la ciudad de Guanajuato para ser realmente el tercer director de su Escuela Normal.
Finalmente, la experiencia del preceptor José Ortega fue álgida e incomprendida también. Se le exigió aplicar un sistema de instrucción que sólo él conocía, pero que era imposible, llevarlo a todo el estado desde la capital en poco tiempo. Era necesario que el Ayuntamiento gestionara más recursos, para que el director tuviera varios practicantes y con ello, agilizar tal vez la formación de las primeras generaciones de preceptores. Pero la corporación local ante la urgencia de tener maestros y maestras ubicadas en las escuelas públicas, no comprendió el nuevo enfoque y la metodología propuesta por el sistema lancasteriano, que aunque formaba educadores certificados en varios meses, tampoco era un asunto que se podía llevar de la noche a la mañana. Además, que Ortega demandó un salario justo para todo lo que venía haciendo al frente de la institución. Pero en su situación, la visión política de la educación se impuso frente a lo pedagógico, no obstante que su experiencia, ha sido un testimonio de que los maestros alzan su voz cuando no coinciden con algunos puntos del orden institucional imperante.