Dice la conseja popular, para enfatizar la importancia de la experiencia en cualquier oficio, ciencia o arte, que más vale el diablo por viejo, que por diablo. En ese sentido, si bien reconozco el valor del joven por su ímpetu y -démoslo por cierto- su frescura e innovación (cualidades que puede tener toda persona, con independencia de su edad, pero que se supone se acentúa más en la gente joven), lo cierto es que, si debo utilizar servicios profesionales, prefiero contratar a una persona que demuestre cierto grado de experiencia, que sepa, en la práctica, cómo hacer las cosas bien (esto tampoco lo da, necesariamente la experiencia, pero lo razonable es pensar que se minimiza el riesgo).
La anterior reflexión se da en el contexto de dos eventos: uno fundamental y trascendente en la vida pública del país, una reforma de Estado, la modificación constitucional y legal al Poder Judicial, discutida a partir de la iniciativa presidencial; otro, el Día del Abogado, a festejarse en México el día de mañana, 12 de julio, desde 1960 en que así fue decretado por el presidente Adolfo López Mateos. El día se eligió considerando que en 1953 el rey Carlos V decretó la primera cátedra de Derecho en la Real y Pontificia Universidad de México.
Los abogados, en tanto operadores del Derecho, tenemos una gran responsabilidad social. El Derecho es el mejor y civilizado instrumento con el que contamos para resolver los inevitables conflictos que se presentan en la cotidianidad de la vida. El conflicto es inherente a la naturaleza humana; ya no se resuelven a golpes o con violencia -hablo del deber ser, por supuesto-, sino en juzgados y con operadores del Derecho, es decir, con la participación activa de abogados, ya sea como conciliadores, fiscales, defensas o jueces (por hacer una clasificación grosso modo).
Hay quien piensa que el Derecho no es una ciencia, basándose en el ya muy superado razonamiento en el que se sustentó el período formulario romano, en el que, si el hecho se ubicaba en el dicho normativo, entonces se aplicaba la consecuencia de ley. Sin embargo, no todos los conflictos jurídicos son sencillos, más aún con la doctrina desarrollada en materia de derechos humanos; por tanto, requieren un razonamiento más sofisticado, un pensamiento y razonamiento científico, en la inteligencia de que el Derecho o es una ciencia dura o exacta como la física, la química o las matemáticas.
En ese orden de ideas, tal como un infante va creciendo, adquiriendo conocimientos, desarrollando competencias, habilidades y madurando, el operador del Derecho debe crecer y madurar, es decir, requiere experiencia para no poner en riesgo a quienes requieren sus servicios jurídicos; debemos ir adquiriendo mayores responsabilidades de manera paulatina, comenzar desde abajo, como se diría coloquialmente.
Así las cosas, resulta insuficiente concluir una licenciatura en Derecho que, si bien es cierto, acredita que el alumno cursó y aprobó un programa académico (no necesariamente que adquirió conocimiento), también lo es que no proporciona la enseñanza-aprendizaje que solamente la realidad de la práctica dota.
¡Felicidades a los abogados! Este festejo de los operadores del Derecho sirva como reflexión de su importante labor social y su perfeccionamiento como profesional en todos los ámbitos en el que puede actuar.
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