Ya ha señalado en otras entregas que existe el derecho humano al ocio, al descanso y al entretenimiento y que, ciertamente, su positivización o reconocimiento legal aún se encuentra en construcción. Así, para ejercer ese derecho -y satisfacer ciertas necesidades- el ser humano «consume» los contenidos de su preferencia y que se encuentren a su alcance. Una primera limitante que condiciona el consumo de contenidos es la económica: a mayor capacidad adquisitiva, mayores posibilidades de satisfacer el ocio. En ese orden de ideas, la gente acude al teatro, al cine, a los espectáculos deportivos, se sumerge en la lectura o en la televisión, tanto abierta o gratuita como privada, pagando por ver ciertos programas, series, películas o competencias.
En ese contexto, llama mi atención el fenómeno televisivo denominado La casa de los famosos, un especio en el que ciertas personas, aparentemente muy conocidas, viven y conviven en una casa, sin contacto con el exterior, salvo la comunicación que, dos veces a la semana, sostienen con el conductor del programa de televisión. Así, los famosos generan acuerdos para lograr su permanencia en la casa, tratando de expulsar del recinto a otro habitante, todos son rivales. El ganador, el último habitante, quien logre su permanencia por más tiempo y con el favor del público, ganará cuatro millones de pesos; sin embargo, todos los participantes ganan, con independencia del tiempo de su estadía, pues les pagan por cada semana de permanencia. He ahí el espectáculo. Para los más curiosos la oferta se amplía: podrán contratar para no limitarse a ver lo que la televisora transmite en televisión abierta, sino que podrán consumir el contenido de la casa las veinticuatro horas de los siete días de la semana. ¡Qué cosa! ¡Qué «espectáculo»!
Se dice que lo que puede comprarse con dinero es barato, que las cosas realmente importantes no tienen precio, por lo que pregunto: ¿cuánto vale su privacidad, cuánto su intimidad? ¿qué tan dispuesto se encuentra a convertirse en conejillo de indias para divertir al espectador?
Ese tipo de contenidos y espectáculos son los que podemos consumir en televisión abierta. Claramente, es un contenido no apto para menores de edad (de ahí el horario en que lo transmiten). Millones de mexicanos lo consumen y me parece lamentable, pues siempre está presente la posibilidad de apagar la televisión y sumergirnos en una gran historia contenida en un libro que, muchos de ellos son gratuitos o a precios muy accesibles.
Por supuesto, resulta relevante hablar de responsabilidad social y cuestionar ¿cuál es la responsabilidad social de las televisoras? Habrá quien diga que su tarea consiste en entretener con los contenidos que sean a la audiencia; habremos otros que cuestionaremos los contenidos y nos decantemos por señalar que sí, es entretener, pero hacerlo intentando elevar el nivel de contenidos a unos más desafiantes al intelecto, señalando también que la televisión tiene una función social y como tal, debe intentar educar.
Por lo pronto, cada quien elige la manera de satisfacer su ocio. Atento a la realidad social, en la generalidad hay pocas opciones.
germanrodriguez32@hotmail.com