Este mes de agosto, precisamente el día 6, se ha cumplido otro aniversario del lanzamiento de un arma mortífera: la “bomba atómica”.
A las 8.15 de la mañana el bombardero Enola Gay, de las fuerzas aéreas estadounidenses, lanzó ese artefacto asesino, la bomba de uranio bautizada como “Little Boy” y la detonó sobre la ciudad de Hiroshima, Japón.
Tres días después, el 9 de agosto de 1945, una segunda bomba atómica fue lanzada sobre la ciudad de Nagasaki. El impacto del bombardeo atómico norteamericano en Nagasaki fue devastador. La bomba apodada “Fat Man”, explotó a 470 metros de altura.
Los dos ataques provocaron la muerte de forma directa de alrededor de 214 mil personas, la mayoría de población civil.
Además, las consecuencias de las radiaciones siguieron impactando a la población con lesiones físicas, genéticas y psicológicas afectando a alrededor de 400 mil personas y a subsecuentes generaciones.
Ese armamento atómico solo se ha lanzado en estas dos ocasiones, sin embargo, la producción de artefactos nucleares para la guerra continúa su letal desarrollo.
Se dice que hoy existen tres mil bombas más poderosas que esas dos primeras utilizadas en el país asiático.
La población mundial de hoy debe saber lo que ocurrió, particularmente las nuevas generaciones que no tienen conocimiento porque no se habla lo suficiente de ello, por lo que ignoran el riesgo que conlleva la carrera armamentista impulsada por Estados Unidos.
La alerta debe estar en el consciente de la humanidad para que pueda discernir sobre el peligro latente que significa la proliferación de las guerras del siglo XXI.
Cada conflicto bélico, en cualquier continente, implica la cada vez mayor producción de armas y estas son cada vez más poderosas. A las empresas que se dedican a la producción de armamento le son muy convenientes, porque con su fabricación se vuelven inmensamente ricas, su negocio es la guerra.
Japón organizó, como cada año, la conmemoración de estos sucesos en Hiroshima y Nagasaki, siendo en la última ciudad el mayor homenaje a las víctimas. Asistieron como invitados muy especiales los sobrevivientes y sus familias.
Además, la invitación se extendió a los representantes de los países del mundo, excepto al representante de Israel.
El hecho provocó que los representantes de Estados Unidos y del G/7 no asistieran a tan importante evento.
Podríamos decir que esto no tiene importancia, puesto que si no asiste el país que realizó tan monstruoso crimen no se pierde nada. Pero que tampoco asistieran los representantes de los países más ricos del mundo, que prefirieron solidarizarse con Israel y EE. UU, que acompañar al pueblo de Japón cuya memoria colectiva aún sigue doliendo, nos debe llamar la atención.
¿Eso quiere decir que los genocidios en nuestro siglo, como los del pasado, deben ser aceptados?
Todo lo contrario, debemos rechazar las masacres de todos los pueblos, en la actualidad la que se realiza al pueblo palestino y, en general, debemos condenar todas las guerras, sobre todo a aquellas que afectan a la población civil, niños, mujeres, ancianos, hombres desarmados.
Lo que debemos exigir es la extinción del armamento nuclear y decir no a la guerra, porque queremos vivir en un mundo donde prevalezca la Paz.